Solo tenía
10 años, mi madre me había pedido que fuese a comprar pan para cenar.
Eran las 19:00
horas y me dirigía al conocido establecimiento Horno la Perla cuando me encontré
a una señora que no había visto. Ella venía de la conocida iglesia San Miguel,
se encontraba tirada en el suelo pidiendo algo de dinero para sobrevivir (al
menos eso creía) por aquel entonces nunca había visto a una persona con
carencia de dinero. Me miró y me dijo: “¿sería tan amable muchacho de darme
algo para comer?”; me miré el bolsillo y como mi madre me había dado cinco
euros en monedas de uno le di tres para que se comprara algo, me miro con cara
de felicidad y me dijo “ojalá toda la gente fuera tan amable como usted”.
Compré el
pan y me dirigí a mi casa. En la puerta estaba mi madre preocupada, y me
preguntó: ¿porque has tardado tanto?. Mamá es que cuando llegué había una cola
muy larga y una señora tardó mucho en comprar unos dulces.
Mi madre me
contestó. “no pasa nada cariño mientras estés bien.. ¿y la vuelta?”
“No sé… se
me habrá caído”. “Castigado sin ordenador para que estés atento de donde tienes
la cabeza”.
Al siguiente
día me dirigía al colegio con mi madre agarrada de la mano, y pasamos por la
misma iglesia y reconocí a la anciana; estaba tirada en el suelo convulsionando
con la mirada perdida y una botella de la marca Larios tirada a su derecha.
“No la mires
cariño. Me tapó mi madre los ojos y fue entonces cuando miré al suelo mientras caminaba y pensé… “¿Hice bien en darle el dinero a esa anciana?”.
Juan de Dios Blasco