Cuando la pena le inundaba, su ojos se llenaban de lágrimas, que corrían por sus mejillas, como un río corre hacia su destino, el mar. Ese mar donde se hundían todas sus penas, que no se perdían, se mezclaban con las que fueron llegando durante años. Se liberaban de su alma y se depositaban ese fondo arenoso, que se iba cubriendo de malos recuerdos para liberar su corazón.
Virtudes
Gilgado León. 2° bachillerato.
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