sábado, 16 de mayo de 2020

APRENDER A VIVIR



Siempre de un lado para otro, creo que estoy en ‘El show de Truman’: me tomo un café en el bar de la esquina de mi casa, cojo el metro y llego al centro de Madrid. En el trayecto siempre me encuentro con un señor mayor, con rasgos tristes, que toca una especie de gaita para conseguir algo de dinero. Cuando no voy con tanta prisa le echo una monedita, pero hoy no es el día. También me encuentro con el hombre trajeado, de unos cuarenta años, al que veo todas las mañanas. Es atractivo, nos hemos cruzadomirada de vez en cuando. No está nada mal, eh. Y cóomo olvidarme de la mujer que va siempre con un pañuelo. Pobre, cada vez está más demacrada. Ojalá nunca me toque a mí. Ojalá.
Por donde iba, llego al centro de Madrid, son las nueve de la mañana, los taxis pasan a toda prisa, autobuses, cientos de personas que se dirigen hacia sus trabajos. Nueve de la mañana y Madrid ya tiene vida.
En la oficina me espera un duro día de trabajo. Paulo, mi jefe, me comunica que tengo tres reuniones esa misma mañana, también he de juntarme con el secretario para resolver unos asuntos. Negocios, dinero, trabajo, y ¿mi familia? Hace dos meses que no veo a mis padres, la verdad es que me acuerdo mucho de ellos pero es que no tengo tiempo ni de llamarlos. Mi madre me entiende y sé que me lo perdonará.
Seis de la tarde. Por fin puedo volver a casa a relajarme y descansar. Tengo un extraño dolor en la vagina, nunca me había dolido así. A las doce me tomé una pastilla pero la verdad que no se me ha quitado aún. Qué raro. A lo mejor me paso por el médico.
Sí, mejor me paso y me quedo más tranquila.
- Buenas tardes señorita, ¿en qué puedo ayudarle? – me pregunta una mujer sonriente de edad media con unas graciosas gafas rojas.

- Si mira, me gustaría ver al médico, tengo un extraño dolor de ovarios y ya sé que no será nada, pero por quedarme más tranquila. – le contesté algo tímida.

- Bueno, esperemos que como tú bien dices no sea nada malo. – me respondió con la cara totalmente cambiada – Espérese ahí que en nada viene el médico.

Pruebas, horas en el hospital, he tenido que pedir varios días en el trabajo y cancelar reuniones.
Al fin llegó el día que tanto sospechaba que iba a llegar: “Señorita, siento decírtelo, pero hemos hecho varias pruebas y te quedan un par de meses de vida”.
Dos meses.
Dos meses de vida.
Se me quedó grabado fuego. Me tocó a mí, el maldito cáncer, ¿Qué he hecho yo malo para que me toque a mí?
Desde ese día comencé a vivir mi vida. Se acabaron el trabajo, las ropas de marca, los zapatos de aguja, el ir siempre con un maquillaje perfecto, se acabó. Lo primero que hice fue ir a ver a mis padres. Menuda sorpresa le di. No fui capaz de contárselo. No estaba preparada. El parque de ‘El Retiro’ se convirtió en mi refugio, paseaba horas y horas por aquel lugar. Los minutos que tardaba en tomarme el café por las mañanas se convirtieron en horas. Quedaba con mis amigos de toda la vida, disfrutaba, me reía a carcajadas, lloraba de la risa. Hacía mucho tiempo que no era tan feliz. Viajé a Nueva York, Tanzania, Bali, Holanda y Dinamarca. 

No recuerdo días mejores que aquellos.

Después de tres años, sigo aquí para contarlo. Y me alegra. Sin embargo, me da rabia no haber podido empezar a vivir antes, porque así somos los seres humanos: cuando vemos que nos quitan algo, es cuando empezamos a disfrutarlo.

Clara Hernández Luna

No hay comentarios:

Publicar un comentario