Un cuaderno duerme sobre la mesa,
con páginas blancas llenas de silencio,
esperando la voz de una idea
que se atreva a despertar.
Las palabras llegan con cuidado,
tímidas, torpes, a veces inseguras,
pero se quedan a vivir en la hoja
cuando alguien las escucha.
Cada línea guarda un pedazo de mundo,
un miedo pequeño o un sueño gigante,
todo cabe en el espacio exacto
entre un margen y otro.
El lápiz se equivoca y aprende,
borra, insiste, vuelve a empezar,
como quien busca su camino
sin miedo a perderse.
Al final, el cuaderno ya no está vacío:
late con historias y pensamientos,
prueba silenciosa de que escribir
también es una forma de existir.
Slama Benaim
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