En el parque, ella se sumergió en la órbita magnética de sus ojos, mientras él contaba historias formadas por fuerzas gravitatorias. Entre risas resonantes como ondas sonoras y suspiros que desafiaban la resistencia del aire, el tiempo se detuvo, creando un espacio-tiempo propio. En ese instante cuántico, supieron que sus miradas se comunicaban a través de partículas de amor entrelazadas. Un fenómeno cuántico inexplicable por las leyes clásicas.
Javier Rubio
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