miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA CALLE



Estoy por una de esas calles en las que no puedes mirar para atrás ni para los lados, voy por la acera izquierda, de repente, de una de las casas sale una mujer de unos setenta u ochenta años, me mira, sigo hacia delante, olvido las buenas formas y no me bajo de la acera para dejarle paso.
Miro mi reloj, las 19:37 ya es de noche, toda la calle está oscura. Siento frío, pero tengo la sensación de que alguien e sigue, por lo que no me paro a buscar los guantes dentro de mi bolsillo. Aprieto el paso. Sigo teniendo esa horrible sensación de que alguien me sigue, pero tengo miedo de volver y descubrir quién hay.
Veo que mis cordones están desatados, pienso en lo que debería hacer, atármelos o continuar hacia delante. Decido continuar hacia delante, pero me fijo en los retrovisores de los coches para comprobar si de verdad alguien me sigue. Pronto me doy cuenta que es imposible darse cuenta mirando un retrovisor. Me vuelvo. Nadie.
Continúo hacia delante. Paso de largo la puerta que me llevaría por un camino más corto, a través de un parque (bastante oscuro por culpa de los jueguecitos de adolescentes de mi edad o mayores que yo, de destrozar las farolas [ sobre todo en la parte en la que se ponen a fumar]) a la puerta de mi casa.
Al comprobar que no me sigue nadie, que la calle por la que voy es mejor que la anterior, y que nadie viene de frente a mí, decido aflojar el paso.
De repente, cuando voy a dar una esquina, aparece un hombre con pinta de borracho con su chucho, que intenta lamerme la pierna. El corazón se me sube a la garganta, pero salgo “ileso” de la situación.
Sigo hacia delante, cuando faltan uno pocos metros para llegar a mi casa, miro hacia detrás, allí está otra vez el perro, otra vez.
Por fin llego a casa, toco el timbre, y se abre la puerta. Entro, cojo un trocito bastante “hermoso” de bizcocho, enciendo el ordenador, y antes de que empiece a escribir el trabajo semanal para física y química, ya me lo he terminado...

Antonio Muñoz

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