El átomo de helio se desplazaba por el laboratorio, solo en medio de la inmensidad. Inerte, decían los demás. "No necesitas a nadie", aseguraban. Pero el helio envidiaba a los compuestos: el Carbono y Oxígeno danzaban como amantes viejos, y Sodio y Cloro reían juntos. Un día, en una cámara criogénica, encontró a otro helio. Se acercaron sin tocarse. No reaccionaron, como era natural, pero permanecieron uno junto al otro, compartiendo espacio, movimiento y existencia. No hacían nada juntos, y sin embargo, todo tenía sentido. A veces, pensó, quizás la conexión no necesita enlaces.
Claudia Carrasco
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