Álvaro y Lucía llevaban cinco años juntos. Cada discusión era como una reacción química que liberaba energía: ardía, dolía, y dejaba cenizas. Fueron a terapia y descubrieron algo simple, casi químico: sus emociones eran como reactivos, y cuando uno tenía mucho, el otro se quedaba corto. Aprendieron a medir, a ceder, a compensar. Como en una reacción reversible, dejaron que el equilibrio se restableciese con el tiempo. No siempre fue perfecto, pero al menos ya no explotaban. Lograron estabilizarse, como una ecuación bien equilibrada.
Claudia Carrasco
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