Andrea oxidó a Martín. Le quitó electrones, brillo, energía. Él, por su parte, se redujo, volviéndose más pequeño, apagado, casi invisible. Durante años, vivieron así: ella robándole energía, él cediéndola. Pero un día la reacción terminó. Se separaron. Con el tiempo, Andrea encontró una nueva pareja que no necesitaba que ella actuara como oxidante, y Martín, poco a poco, volvió a cargarse con ayuda de amigos, recuperando electrones y fuerza. Porque, incluso en las reacciones redox, siempre hay espacio para regenerarse.
Claudia Carrasco
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