En el laboratorio lunar, los científicos observaban con nerviosismo la cámara de contención. Era el intento número 269. Dos núcleos de hidrógeno se acercaban lentamente, con precisión. La presión, la temperatura… todo era extremo. Y justo cuando parecían a punto de fusionarse, ocurrió: se unieron sin explosión ni fallo, solo liberando una energía brillante y pura. En la sala, estalló la alegría. Habían logrado crear una fusión estable: una estrella nacía en las manos humanas y, con ella, una esperanza para un futuro más brillante.
Claudia Carrasco
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